jueves, 14 de octubre de 2010

EL EXILIO DE LOS MARINOS REPUBLICANOS

por Pablo Portales

La narración suelta amarras junto a la flota en la rada de Cartagena, con 4 destructores y 2 lanchas antisubmarinos tras la capitana, el Miguel de Cervantes, guiada por otro Miguel, el almirante Buiza, un marino a toda prueba. También lo hace con el Devonshire desde Mahón o con los guardacostas que levan anclas en la bahía de Roses y Port de la Selva.

Luego, el relato recala en Bizerta (Túnez) o en Port-Vendres (Francia) y a continuación se extiende, como en una incesante búsqueda, por interminables itinerarios por donde escapan, corren, se esconden, traman, sublevan, atacan y caen marinos que luchan por sobrevivir a las inclemencias tempestuosas de la guerra.

La historia intenta no olvidar a ninguno, nombrarlos a todos, que nadie se pierda en el inacabable desierto de Sahara, ni en los “campos de arena” de Argeles-sur-Mer, ni en el “modélico” campo de concentración de Sachsenhausen, ni en los bosques de Khenchala ni en las minas de Kenadsa ni en el mortífero fortín de Hadjerat M’Guil.

Una escritura que no da tregua desde el 5 de marzo de 1939 en el puerto de Cartagena, sigue el 26 de agosto de 1944 en los Campos Elíseos, arriba incluso al 2 de mayo de 1945 en Berlín y luego se prolonga hasta que el rastro de los marinos “encontrados” mute en recuerdo imperecedero.

Los “indeseables”

La Escuadra se hace a la mar con dudas. Los combates están a las puertas de Cartagena. Volver a desembarcar o reconquistar la ciudad o ir hacia Alicante a recoger más republicanos o resistir. Con un gobierno camino hacia la frontera francesa, la incertidumbre abierta, sin límites, más aún sin tener garantía de reabastecerse de gasolina. Al final, rumbo al norte de África.


Ni los que navegaron al exilio ni los que quedaron en tierra dudaron de su recta conciencia. La inmensa mayoría, sin partidos, consideraba que cumplían su deber al defender la Constitución de un gobierno legítimo que habían jurado con la mirada en la bandera. Por lo tanto, ¿qué temer?

Los marinos en Cartagena recibieron las represalias del nuevo poder: prisión, tortura, ejecuciones; los que emigraron, el maltrato de un gobierno (francés) defraudado de los republicanos españoles y de un autoritarismo y conservadurismo en alza, especialmente de las autoridades afincadas en las colonias.

Los “refugiados” fueron puestos en cautiverio, obligados a internarse en campos rigurosamente vigilados, sometidos a un régimen de dísciplina militar y denegados sus derechos a circular libremente. Las pésimas condiciones para atenuar el calor y frío extremos, la mala alimentación y falta de medios para la higiene los convirtieron en personas “indeseables”, de las cuales había que deshacerse o aprovecharse.

libertadores

Mientras tanto, los marinos en Francia o se enrolaron a los maquis durante la guerra o participaban en operaciones de espionaje y sabotaje contra los alemanes. La mayoría trabajaba para la industria de la guerra alemana. Otros fueron confinados en campos de concentración en Austria y Alemania.

La llegada de los aliados fue la ocasión para muchos marinos exiliados luchar por la liberación del norte de África en el Corp Franc d’Afrique y luego integrarse a la 2ª División Blindada Leclerc o a los maquis en el mediodia francés en vista a conseguir la libertad, entonces, incluída la de España que, como sabemos, no llegó.

Pero, sí arriban las historias vividas que quedaron ahí: impresas en folios mecanografiados, cartas manuscritas, documentos archivados, artículos de revistas o textos de libros o en la memoria de testigos directos o indirectos o descendientes de la pleyade de marinos.

Éstos, con sus nombres y apellidos, reaparecen desde la inmensidad de los mares, de la infinitud del desierto y de la monstruosidad de la tormenta que, según el relato, no aflojó en casi nueve años, desde julio de 1936 hasta mayo de 1945.





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