domingo, 23 de octubre de 2011
Castilla y León
23/10/2011
Valdenoceda, el penal de los olvidados
La antigua fábrica de sedas se convirtió por el régimen franquista en una de las cárceles más cruentas de toda España, que albergó a más de tres mil presos republicanos
l. sierra (ical) / burgos
El penal de Valdenoceda albergó durante siete años (1938-1945) a más de tres mil presos republicanos que malvivieron en condiciones infrahumanas en una antigua fábrica de sedas que el régimen franquista transformó en una de las cárceles más cruentas de toda España. Bajo los muros de este inmueble caminaron, durmieron, penaron y soñaron presos llegados desde rincones tan dispares como Lugo, Córdoba, Albacete y localidades cercanas como Villarcayo o Pancorbo, ambas en territorio burgalés. Sesenta y seis años después de que el último preso saliese por la puerta del penal, recorremos los rincones, la mayor parte de ellos en claro peligro de derrumbe, del que muchos apodaron como «el penal de los inocentes o el de los olvidados».
La pequeña localidad de Valdenoceda fue el lugar elegido para favorecer uno de los primeros caprichos del Gobierno de Franco: albergar una cárcel en la que trasladar a los miles de presos republicanos que ya no cabían en el resto de España. Una antigua fábrica de sedas, aislada del mundo y cercana al río Ebro, fue el lugar elegido para ubicar un penal en el que fueron a parar comunistas, cenetistas, militantes del Partido Socialista Obrero Español, obreros, campesinos, maestros, políticos y ciudadanos sin tendencia política alguna que, además de combatir el peso del silencio y el aislamiento, se vieron obligados a padecer la furia de las nevadas y las bajas temperaturas de este paraje.
Fernando Cardero Azofra y Fernando Cardero Elso, autores del libro ‘El penal de Valdenoceda’ conocen, como pocos, cómo fue la vida de quienes pasaron por la cárcel. En un libro que ha visto la luz hace pocos meses rescatan cómo era el día a día de los compatriotas y camaradas que con distinto acento, proceder y origen intentaron echarle un pulso a la muerte.
Dionisio García tenía 17 años cuando llegó al penal. Su trayecto fue corto, ya que vino del cercano municipio de Pancorbo donde fue señalado y acusado de traidor al régimen. En la cárcel dejó sus años de juventud y unas ganas de vivir que ya nunca volvería a recuperar. Gregorio García, hijo del ya fallecido Dionisio, se adentra en la cárcel por primera vez y no evita emocionarse a su paso. «Mi padre salió de esta cárcel mudo, sin recuerdos y nunca ninguno de sus hijos supimos nada de lo que pudo pasarle aquí. El sufrimiento fue inmenso».
El paso de los años ha convertido al penal de Valdenoceda en un edificio ruinoso del que, sin embargo, se conservan las salas comunes que servían de habitaciones y la escalera metálica que los mismos presos construyeron cuando la nieve y la lluvia se fue comiendo la que había de madera.
Un cajón de madera y unas madreñas eran los pocos tesoros que poseían los cientos de presos que estaban al mando del director de la prisión, Eduardo Carazo.
Lo que hizo que Valdenoceda fuese considerado como uno de los penales más cruentos fueron sus temidas celdas de castigo. La zona más temida por los reclusos estaba dispuesta por una sala en la que se almacenaban productos químicos y que, ante las crecidas del Ebro, provocaba que los presos que allí se encontraban aislados pasasen horas con el agua al cuello. «El agua estaba helada y en muchas ocasiones pudo llegar a congelarles partes de su cuerpo y provocarles la muerte», sentencia Cardero.
Una lápida recuerda las vidas que se perdieron en el penal. Fue el alcalde de la localidad, Ángel Arce, -nieto del regidor del pueblo durante el tiempo que estuvo en activo la cárcel- quien en el año 1995 comenzó a preocuparse por la situación de los finados. No sería hasta 2003, con la Ley de la Memoria Histórica cuando los restos de los reclusos saliesen a la luz.
Aunque son muchos a los que les gustaría que su pueblo no fuese conocido por haber albergado el que probablemente es uno de los únicos penales franquistas que permanecen en pie, son también muchos los que se sienten en deuda con quienes pasaron por el valle. Un compromiso que no quedará saldado hasta que se recuperen los cuerpos de aún 39 presos a quienes sus familias esperan desde hace demasiado tiempo.
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